Un poco de odio – Joe Abercrombie (680 pàgines)
Començo una nova trilogia de fantasia medieval de Joe Abercrombie, ambientada en el mateix món de la trilogia de la primera llei, però passat 25 anys del final de la primera trilogia. Els protagonistes de la primera llei estan o bé morts o bé ja són grans i tenen aparicions secundàries, els protagonistes d’aquesta nova trilogia són els seus fills i altres personatges nous. Què passa en la trama? Doncs que per variar el nord està en guerra, i el Sabueso i la governadora hauran de parar als peus els del nord que tenen anhels expansionistes. Els de la Unió podrien ajudar en la guerra, però resulta que ha començat la revolució industrial, i els més revolucionats de tots són els treballadors que estan fins als nassos que els explotin en jornades laborals interminables en condicions infrahumanes.
En el principi d’una història èpica sempre costa una mica agafar estima als nous personatges, i més quan alguns dels que ja coneixies encara apareixen de passada, però una vegada els coneixes tot va rodat. Ja sabeu com és Abercrombie, retrata la vida sense endolcir, la guerra com és, bruta, dura i sense bons ni dolents clarament definits, una narració realista en un món de fantasia, un món, ple de gentussa de la pitjor mena, uns antiherois, el que vindria a ser la vida real. Abercrombie, el meu escriptor de fantasia viu preferit, perquè tothom sap que Rothfuss i R. R. Martin estan morts, i encara que no ho estiguessin…
Tot i que són trilogies independents, i que es pot començar a llegir aquesta trilogia sense haver llegit l’anterior, per entrar en aquest món us recomano començar per la saga anterior, ja que em va agradar més, potser també influeix la novetat a descobrir l’estil d’Abercrombie, que després d’haver llegit set llibres (aquest vuit), un ja té unes altes expectatives sobre què esperar. Si una trilogia de llibres llargs us fa molta mandra també podeu provar algun llibre independent ambientat en el mateix món, per exemple La mejor venganza. Perdoneu si m’he emocionat rescatant fragments del llibre.
—Si en algún momento empieza a parecerte que está bien matar a gente, tendrás un problema mucho más grave. Los remordimientos pueden escocer, pero deberías dar las gracias por tenerlos.
Casi sin la menor duda, el sombrero de Savine valía más que aquel edificio entero, clientela incluida. Bastaba un vistazo rápido para determinar que los parroquianos solo reducían su valor.
—Fue comandante en jefe del Primer Regimiento de la Guardia Real. Demasiado inflexible para trabajar a las órdenes de Mitterick. ¿Es lo bastante flexible para trabajar a las vuestras?
—¿Qué diversión tendría doblegar a tus caprichos a la gente flexible? —preguntó Savine—. Y los socios son útiles. Sirven para supervisar las operaciones. Sirven para compartir los riesgos.
—Sirven para cargar con la culpa.
—Deberías dedicarte a los negocios.
—No estoy segura de ser lo bastante despiadada. Creo que me quedaré en la Inquisición.
Por tanto, había sido soldado de escala de asalto. El primero en trepar la muralla durante un asedio. El que había encabezado su grupo de asalto. Lo había hecho cinco veces y había vivido para contarlo. O, lo más probable, para no volver a hablar de ello jamás.
Su eminencia estaba sentado tras su escritorio en su silla de ruedas, con una manta sobre las rodillas a pesar del calor y un aspecto incluso más adusto, cadavérico y pálido que el habitual, lo cual no era gesta fácil. Orso había visto una vez un cadáver víctima de la peste que llevaba tres días muerto y tenía más color en las mejillas.
¡Hemos derrocado a Casamir! ¡En su lugar, erigiremos un nuevo monumento a los trabajadores que murieron por su vanagloria! Vick se preguntó cuántos trabajadores morirían por la vanagloria de Risinau. No serían pocos, supuso. Derrocar a un rey que llevaba dos siglos muerto era una cosa, pero el que ocupaba el trono en esos momentos quizá planteara objeciones más drásticas.
Era vanidoso como un pavo real, egoísta como un bebé y, por muy grandilocuentes que fueran sus palabras, empezaba a sospechar que era idiota. Las cosas inteligentes de verdad se dicen con palabras cortas. Las largas se emplean para disimular la estupidez.
Habían tendido a los heridos al lado de la casa, gimoteando y sollozando y pidiendo que les llevaran agua, o piedad, o a sus madres. Todas las cosas que tendían a pedir los heridos, que eran gente bastante predecible en ese aspecto. Las canciones sobre lo glorioso que era todo aquello escaseaban por esos lares.
La mujer le echó un vistazo rápido de reojo. —Está muerto. No fue una gran revelación para Trébol. Cuando decidía apuñalar a alguien, se esforzaba en hacerlo de modo que jamás le fuese a hacer falta otra puñalada, y la práctica lo había vuelto muy bueno en el oficio. Pero aun así, fingió sorpresa y tristeza. —Qué lástima. —Puso los brazos en jarras y negó con la cabeza, abrumado por aquel sinsentido—. Qué desperdicio. Pero, en fin, tampoco era nada que no hubiera visto ya cien veces antes.
Fue el suspiro de un maestro de escuela veterano que se veía obligado a explicar otra vez los conceptos básicos a una nueva cosecha de zopencos. —Majestad, no estamos aquí para resolver todos los males del mundo. El rey le devolvió la mirada. —¿Para qué estamos aquí, pues? Bayaz ni sonrió ni frunció el ceño. —Para asegurarnos de que nos beneficien.
Acabo amb una cita citada d’un altre autor que apareix com a introducció a la segona part del llibre:
«El progreso solo significa que las cosas malas suceden más deprisa.» Terry Pratchett
Nota: 6/10